Eugenia Legorreta Maldonado*
*Maestra en Antropología social y Coordinadora del Programa de Interculturalidad y Asuntos Indígenas
Las lenguas son la conciencia práctica de los pueblos. Representan formas específicas de estar en y representar el mundo. Las palabras y oraciones que componen estos sistemas lingüísticos atraviesan el tiempo y las fronteras para generar formas particulares de existir y experimentar la vida. Es por ello que son muestras patentes de la diversidad cultural.
México tiene la fortuna de ser un país extraordinariamente diverso y multicultural. Esto se debe, principalmente, a la importante presencia de pueblos indígenas, cuyas tradiciones, valores y cosmovisiones han enriquecido —muchas veces luchando a contracorriente con un modelo nacional de asimilación— nuestro patrimonio cultural.
La diversidad cultural es parte del patrimonio común de la humanidad, uno de sus pilares es la diversidad lingüística; cada idioma tiene en su interior un modo propio de crear relaciones entre personas y con todo lo que nos rodea, es fundamental para pensar el mundo en el que vivimos y en el que queremos vivir, posibilita la creación de mundos porque usa conceptos, oraciones e imágenes que atraviesan el tiempo, de manera que genera formas de existir, que implican sentimientos, conocimientos y un modo particular de experimentar la vida.
En nuestro país existen aproximadamente 68 pueblos indígenas que hablan una lengua o idioma diferente, con aproximadamente 364 variantes. Los sistemas lingüísticos más hablados en la actualidad son el náhuatl, el maya, el mixteco, el zapoteco y el tzeltal. Tristemente la conciencia histórica de esta riqueza cultural ha sido mínima y sólo a finales del siglo pasado ha comenzado a florecer. Una dura muestra de esto es que 23 lenguas indígenas están en riesgo de desaparecer actualmente. Aunado a lo anterior, está el hecho de que tan sólo dos terceras partes de los 12 millones de indígenas que viven en el país hablan la lengua de sus ancestros. Es por ello fundamental abordar el tema y trabajar, para concientizar a la sociedad de su importancia.
El proceso de castellanización de los pueblos indígenas
Resulta paradójico que una de las condiciones de la diversidad cultural del país, que supuestamente tanto orgullo despierta entre nosotros, esté tratando de ser progresivamente invalidada desde épocas remotas. Desde la incorporación de México a la naciente economía mundial capitalista en el siglo XV, las naciones precolombinas que habitaban el país se han enfrentado a un fluctuante, pero constante, proceso de asimilación, del que sus lenguas han sido el principal objeto de disputa.
La brutal aniquilación de población indígena que trajo consigo la “Conquista” significó una importante reducción del acervo viviente de esas lenguas. Asimismo, las leyes que desde el siglo XVI emitió la Corona para promover la castellanización, obstaculizaron su enseñanza e impidieron su pleno desarrollo. Por su parte, el objetivo de formar un “Estado-Nación”, que las clases mestizas dominantes persiguieron después de la Independencia, significó la continuidad en las políticas de asimilación y castellanización de la época colonial. Solamente la falta de recursos y la existencia de múltiples problemas pudieron mermar un tanto la empresa.
Sin embargo, una vez finalizada la Revolución, en 1917, la tarea se retomó y se planteó la estrategia para la construcción de la identidad nacional. Así, el español se convirtió en el fundamento para la unidad nacional y la consolidación del Estado mexicano. Se echaron a andar programas educativos monolingües y campañas comunicacionales (de alto impacto cultural) que, además de promover el uso del español, sostenían que el habla de lenguas vernáculas era una clara muestra de atraso y subdesarrollo. A partir de 1935 la estrategia cambió y la Secretaría de Educación Pública (SEP) adoptó un sistema bilingüe de enseñanza. La idea era simple: para asegurar que el español se aprendiera mejor, era necesario enseñarlo utilizando la lengua de los propios hablantes.
El “nuevo” modelo no pretendía ya la asimilación de lo indígena mediante su homogenización, sino su incorporación. Una medida no tan coercitiva, pero que continuaba supeditando lo indígena a lo mestizo.
En 1964, además del sistema bilingüe, se comenzó a poner atención en el contexto cultural para reforzar el proceso de castellanización. El resultado fue el desconocimiento de los idiomas vernáculos por parte de las nuevas generaciones de indígenas y la negativa a continuar hablándolos por parte de las generaciones mayores. Se comenzaron a fraguar alternativas para la revaloración de las culturas indígenas y sus lenguas cuando las mismas comunidades empezaron a desarrollar y expandir modelos pedagógicos autónomos, tarea en la que las Escuelas Normales tuvieron un papel preponderante.
Se puede afirmar que sólo las luchas por la autodeterminación de los pueblos que se desarrollan a finales del siglo pasado (particularmente las guerrillas indígenas y campesinas de la década de 1970, así como el levantamiento del EZLN en 1994) lograron ser los verdaderos detonantes de la conciencia social que permiten revalorar la importancia de estas culturas.
La diversidad cultural y las lenguas indígenas
El mundo indígena no puede ser considerado como un bloque homogéneo, sino por el contrario como un mosaico de colores, realidades y gustos diversos, con diferentes maneras de aproximarse y existir en el mundo. El problema de las comparaciones que se hacen, en función de binomios hegemónicos, es
que a alguno siempre se le dota de un valor mayor.
Éste es el caso de la comparación entre los idiomas indígenas y el castellano. Desde la cultura hegemónica se asume que el castellano es mejor que las lenguas indígenas, a las que se les llama “dialectos”.
No obstante, la riqueza y la diversidad que se palpan en los usos propios de estos idiomas.
Por ejemplo, en rarámuri se dice sate para indicar que hay tierra roja. Es decir que no existe la palabra “tierra”, existen distintas formas de nombrar los diferentes tipos de tierra. Otro ejemplo es el papel que el silencio tiene en este sistema lingüístico. Mientras que en la cultura occidental se plantea “el que calla
otorga”, en la cultura rarámuri el silencio puede ser utilizado para mostrar desacuerdo. Así como se comunica hablando, también se comunica callando.
Revisar lo que asumimos como verdadero o natural es interesante al pensar en la construcción de lo humano y de lo que privilegiamos en esa construcción; si consideramos el lenguaje como un grupo de códigos que compartimos y que permiten el diálogo y las relaciones con los demás, cada lengua tiene
formas específicas de construcción de narrativas para edificar relaciones, podemos preguntar ¿cómo estás?, o podemos hacerlo como las personas tseltales ¿cómo está tu corazón?; este modo de preguntar construye una relación diferente.
Éstas son sólo algunas muestras de la complejidad comunicacional y lingüística que comprenden estas lenguas e idiomas. Y es que, contrario a lo que muchas veces se piensa, los pueblos indígenas conforman sociedades complejas que particularizan con el uso de la lengua, el lugar que ocupan los miembros del grupo y la relevancia de las relaciones que conforman.
Muchas veces se nombra a las cosas y a las personas de acuerdo con el papel que tienen en el entramado de relaciones sociales del que forman parte. En varias culturas, por ejemplo, sólo existe la persona que cura (no el médico), el que está aprendiendo (no el estudiante) o la tierra que alimenta (no la propiedad).
En este sentido, una lengua indígena no es solamente una manera de entender el mundo, sino una forma de experimentarlo. Estos idiomas y lenguas tienen paisajes con movimiento. Es por ello que el mundo de las comunidades indígenas está lleno de simbolismos, que no hemos aprendido a descifrar en el sistema occidental.
La necesaria revalorización de las lenguas indígenas
A través del tiempo, en el Programa de Interculturalidad y Asuntos Indígenas (PIAI) de la Ibero, hemos aprendido la importancia y riqueza de los pueblos indígenas y sus expresiones culturales. Nuestro trabajo está dedicado a compartir estas experiencias y enseñanzas con el resto de nuestra comunidad universitaria para que seamos capaces de valorar y aprender de ellas.
En el tema específico de las lenguas indígenas, nos esforzamos por ayudar a tomar conciencia de que éstas importan no como “acervo cultural”, sino como formas diferentes de pensar y hacer el mundo y que si desaparecen todos perdemos la posibilidad de experimentar la riqueza que contienen las interacciones sociales.
Más aún: Que para comprender su importancia no son necesarios ejercicios eruditos de traducción, sino la humildad para aprender del otro; que lo que tenemos que exigir al Estado no son políticas de conservación, sino el respeto a la autodeterminación de los pueblos; que se acabó el tiempo de intentar usurpar la voz de los pueblos, y llegó el momento de callar y escuchar, porque tenemos mucho que aprender.