Eugenia Legorreta Maldonado y Ángeles Hernández Alvarado
Observatorio de Conflictos Socioambientales (ocsa.ibero.mx)
Con respeto y admiración para Claudia Ignacio, defensora purépecha del territorio.
En 2009, la Organización de las Naciones Unidas instauró el 22 de abril como Día Mundial de la Tierra, como corolario de una serie de acciones y protestas en exigencia de un medio ambiente sano y de políticas económicas respetuosas de la naturaleza, las cuales datan de inicios de la década de los 70, cuando los efectos de un cambio climático -que parecía lejano- ya preocupaban a la población del mundo. Desde entonces, esta fecha se conmemora cada año con actividades, pronunciamientos, campañas, realizadas por Estados, instituciones educativas, sociedad civil, ambientalistas, movimientos en defensa de la tierra y colectividades diversas.
Desde el Observatorio de Conflictos Socioambientales (OCSA) de la Universidad Iberoamericana reiteramos que esta fecha no puede ser solo una efeméride más que atraviesa los calendarios. Asistimos a un momento histórico tan crítico y urgente que necesitamos aprovechar todas las oportunidades para mirar el presente de manera crítica e influir sobre nuestro futuro como humanidad y el de todos los seres vivos de este planeta.
El paradigma de desarrollo occidental que prevalece en el mundo perpetúa desigualdades estructurales y promueve la devastación ambiental, sin querer reconocer que, en un planeta con recursos finitos, el crecimiento infinito es insostenible social y ambientalmente. De cara a esta realidad, es imperativo conocer, explorar y fomentar modelos sociales y económicos alternativos, que desafíen las estructuras de poder dominantes, que brinden esperanza y que nos permitan mantener la convicción de que otros mundos y formas de vivir y de habitar el planeta son posibles y que, en tanto, nuestros destinos no se limitan a futuros distópicos.
Nos referimos a modelos alternativos que se fundamentan en principios de autonomía, diversidad cultural y sustentabilidad, que abogan por prácticas de autogestión y toma de decisiones descentralizadas. Modelos que no es que no produzcan o no aprovechen los bienes naturales, sino que sus lógicas de producción no son destructivas ni avasallantes, no buscan el máximo beneficio, están orientadas a producir para vivir.
La idea rarámuri de que el Onorúame (Dios Madre-Padre) nos puso en el mundo para cuidar la tierra y la consigna del EZLN que afirma que se puede producir sin destruir la naturaleza son apenas un par de ejemplos de cosmovisiones que establecen rutas de interacción armoniosa con nuestro entorno. En general, hablamos de formas de habitar el mundo que se sustentan en entendimientos distintos de la vida y del papel de la humanidad, que reconocen la conexión intrínseca y sagrada que tienen pueblos y comunidades indígenas con la tierra. Una concepción que, por oponerse al paradigma hegemónico ha sido estigmatizada e incluso criminalizada.
En este marco, queremos reflexionar sobre las defensoras de la tierra y el territorio y su papel crucial de cara a la crisis civilizatoria. Las defensoras de la tierra son voces valientes que se oponen y resisten activamente a los patrones de saqueo que destruyen los territorios y perturban la vida. Estas colectividades, a menudo indígenas, arriesgan sus vidas para proteger su entorno, conscientes de que la defensa no es por ellas mismas, sino por el bienestar de todos y todas. Durante siglos han defendido los espacios donde la vida es posible y están resistiendo por un futuro que garantice la persistencia de todos los seres vivos, motivadas por la convicción de que ello vale la pena, incluso aunque parezca una lucha imposible de ganar.
Para las mujeres y colectividades defensoras –que son mayoritariamente indígenas-, la defensa del territorio no es solo un tema de sobrevivencia (es decir, porque nos da de comer y nos permite vivir) sino es también una cuestión de interdependencia, es el reconocimiento de la tierra como compañera, cómplice, aliada y hogar al mismo tiempo.
En este Día de la Tierra, honramos a las personas y colectividades que, bajo la convicción de lo (im)posible, continúan defendiendo los territorios, a pesar del miedo, del dolor, del coraje y de la desesperanza, porque hacerlo es un acto de profundo compromiso con la vida.