Demasiados aviones: Conflictos socioambientales por aire y tierra

Unos 22 mil aviones vuelan de manera simultánea en el mundo. Eso fue lo que reportó en 2023 Flightradar 24: un nuevo récord.[1] Lo anterior obedece sobre todo a dos factores: el aumento del tráfico comercial y el turismo a nivel mundial. Tan solo en 2022 el número total de personas transportadas en aviones fue de 3,300 millones.[2]

Los aviones, además de turistas, transportan mercancías y carga pesada, y solo en 2022 transportaron 56.5 millones de toneladas.[3] Sin aviones y aeropuertos, el flujo veloz de mercancías sería imposible, ya que otros medios de transporte —como el barco— son lentos en comparación con los mil kilómetros por hora que puede alcanzar un avión comercial.[4] A mayor velocidad de transporte de mercancías, mayor es la ganancia, y, para una circulación altamente veloz de dinero, capitales y mercancías, son necesarios medios de transporte igualmente veloces y una infraestructura aeroportuaria que la haga posible.

Los aeropuertos, en tanto megaproyectos de infraestructura de transporte, se posicionan como una pieza clave en la cadena económico extractiva y se articulan con otros megaproyectos que producen o demandan mercancías. Existe una relación directa entre la industria minera y los aeropuertos, ya que el oro y otros minerales suelen ser transportados vía aérea por ser más segura que la terrestre o la marítima.[5]

Asimismo, es posible identificar una relación entre los parques eólicos y los aviones. En la actualidad, se construye el avión más grande del mundo, el WindRunner, fabricado exclusivamente para transportar las palas de los aerogeneradores, las cuales miden 90 metros de largo.[6]

Como un efecto dominó, con la demanda de más aviones para dar salida a mercancías y a turistas, se genera una nueva demanda: la ampliación y construcción de nuevos aeropuertos que requieren grandes extensiones de territorio.

Es esta conversión comercial de nuevas tierras la que suele generar conflictos por el territorio. Tal fue el caso del Aeropuerto de Texcoco, luego llamado Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México (NAICM), cuya construcción contemplaba el cambio de suelo agrícola y ejidal y el despojo de territorio a los pueblos nahuas y campesinos asentados en San Salvador Atenco, Estado de México, en cuyas tierras se erigen los últimos reductos lacustres del lago de Texcoco. Este conflicto implicó diversas violaciones a derechos humanos, así como el asesinato y encarcelamiento de campesinos, así como la tortura sexual de mujeres.[7]

Las afectaciones socioambientales generadas por aeropuertos son de un tamaño proporcional. Las zonas más afectadas son los alrededores, que se convierten en emisores de contaminantes químicos y auditivos. Un estudio en el Aeropuerto de Copenhague en 2010 demostró que la presencia de contaminantes aéreos puede llegar a ser cuatro veces más alta dentro de los aeropuertos. En tanto, la Junta Nacional de Salud de Dinamarca ha reconocido diez casos de cáncer en trabajadores y trabajadoras de aeropuertos como enfermedades laborales.[8]

La Organización de Aviación Internacional (ICAO) señala que el principal problema radica en las partículas ultrafinas de los gases de escape de los motores de las aeronaves y de los motores diésel [que] provocan cáncer, enfermedades cardiovasculares, coágulos sanguíneos, derrames cerebrales y enfermedades de las vías respiratorias (bronquitis, EPOC) y, por consiguiente, elevan el riesgo de enfermedades laborales graves y muertes prematuras. La aviación emite el 2.4% de todas las emisiones de CO2 inducidas por el hombre y es, a la vez, responsable del 4% del calentamiento global.[9]

La contaminación auditiva es otro de los graves daños ocasionados por los aeropuertos. En distintos puntos de la Ciudad de México, el ruido aéreo sobrepasa los decibeles permitidos por la Organización Mundial de la Salud (OMS), tal como lo dio a conocer el colectivo Más Seguridad Aérea, Menos Ruido, que reúne a vecinos de 150 colonias de la ciudad.[10]

El Observatorio Salud y Medio Ambiente, en su informe “Ruido y salud”, ha señalado que la contaminación auditiva genera alteraciones del sueño, problemas del corazón y del sistema circulatorio, mientras que en niñas y niños se han registrado afectaciones en el proceso de aprendizaje cuando el ruido aéreo se presenta en el horario escolar.[11]

El ruido aéreo también repercute en la biodiversidad del planeta. El informe Environmental noise in Europe (2020) documenta afectaciones a la fauna como el estrés, la fatiga auditiva, una menor tasa de reproducción y otras enfermedades. En el caso de las aves, se ha documentado que el ruido afecta su capacidad para sobrevivir de sus depredadores.[12]

A pesar de que México cuenta con 78 aeropuertos (de los cuales 64 son internacionales),[13] el país se ha enfrentado a los retos impuestos por el mercado para incrementar la capacidad aeroportuaria. Esta presión ha generado diversos problemas cuyas afectaciones han sido documentadas por el Observatorio de Conflictos Socioambientales (OCSA) de la Universidad Iberoamericana.

La actual crisis ecológica demanda, además de la no construcción de más aeropuertos, una reflexión sobre el excesivo uso de aviones y aeropuertos: ¿es necesaria la sobreproducción de mercancías, que requieren más y más aeropuertos para ser transportadas? En cuanto al turismo, ¿es ético viajar por todo el mundo como una forma de descanso y escaparate de la vida monótona y rutinaria? ¿Acaso no es la monotonía el resultado de una sociedad que produce a un ritmo vertiginoso?

Por: Iván Martínez Ojeda, colaborador del Observatorio de Conflictos Socioambientales (OCSA) de la Universidad Iberoamericana

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